La actual situación de emergencia sanitaria en ESPAÑA, y en prácticamente la mitad de la población mundial, me trajo a la memoria una frase que define un principio que mantenía la generación de españoles nacidos a principios del siglo pasado y que yo escuché, en reiteradas ocasiones, a mis padres: “HAY QUE AHORRAR PARA LA VEJEZ Y/O UNA ENFERMEDAD”.
La situación económica y social de aquella época, años 50/60/70 del siglo pasado no permitía contemplar la existencia del famoso estado del bienestar que, en caso de una emergencia o circunstancia particular, se hiciera cargo de los gastos generados por una posible aparición de una enfermedad, de una situación de imposibilidad de generar ingresos o por el irremediable paso del tiempo y la llegada de la vejez.
Cada uno, o al menos cada familia, debía plantearse retener de los escasos ingresos una parte destinada a hacer un ahorro Que sería el recurso utilizable para su uso en alguna de las situaciones antes referidas. A una de ellas, la vejez, se llegaría con bastante seguridad, y a las otras dos dependería de los azares de la vida.
Evidentemente debería de contemplarse la formación de un ahorro para, su utilización, en caso necesario. La generación de ese ahorro se contemplaba de una forma individual ya que las estructuras de las sociedades de aquellas épocas, no vislumbraban la seguridad de poder acudir en auxilio de los individuos en caso necesario.
La llegada del desarrollo a nuestras sociedades, en el último tercio del siglo pasado, generó otra estructura de sociedades que fue permitiendo que el estado se hiciera cargo de esa necesidad de recursos, en caso de necesitarlos. Para ello, el o los entes encargados de gestionar estos servicios, retraen de las nóminas de los individuos, una parte que algunos consideramos importante y la Agencia Tributaria nos controla y exige el pago de los impuestos, legalmente establecidos.
Es decir, antes los individuos gestionaban su “estado del bienestar” y ahora lo gestionan las administraciones o los entes que crean con este fin. En ambos casos esos recursos salen del ahorro que cada individuo debe tener presente a lo largo de su vida activa.
Llegados a esta situación, algunas de las sociedades actuales consideran que los individuos, por el mero hecho de pertenecer a ellas, tienen derecho al disfrute de una serie de servicios, independiente de que hayan participado en la generación de los recursos necesarios, universalizando su disfrute. Acción muy loable y difícilmente discutible.
Esa universalización de servicios no se limita solo a lo arriba significado. Entra en esa obligación la prestación de todos los servicios que están incluidos en el famoso estado del bienestar, que hemos instaurado, fundamentalmente en la vieja Europa.
Esta universalización genera un uso, y a veces un abuso, de sus servicios lo que produce unos costos imposibles de satisfacer con la recaudación establecida. Nuestra administración, y algunas más, solucionan este inconveniente emitiendo deuda, es decir, pidiendo dinero prestado, hasta equilibrar los presupuestos. Y esta solución llega a unos extremos tales que, por ejemplo España, debe tanto como todo lo que produce el país en un año. Italia debe el 140% de su PIB.
Nuestra pertenencia a la Unión Europea, nos obliga a mantener los déficits presupuestarios dentro de unos valores máximos que garanticen la solvencia económica del país. En reiteradas y sucesivas ocasiones hemos negociado, al alza, el valor máximo del déficit que en reiteradas y sucesivas ocasiones hemos incumplido también, recibiendo nuestros responsables económicos, en los foros europeos correspondientes, avisos y recomendaciones de reconducir nuestra estructura económica a los valores comunes aceptados por todos. Nuestra situación económica, por tanto, es débil y enormemente dependiente del mercado para poder refinanciar las deudas. Recuérdese que en la crisis del 2008, estuvimos financiándonos con primas de riesgo con 700 puntos por encima de la de Alemania. Los mercados nos prestaban a unos precios altísimos porque desconfiaban de nuestra capacidad de devolución de los préstamos solicitados. Tuvo que salir el BCE a echarnos una mano para que no tuviéramos que plantear un rescate del resto de países comunitarios.
Durante los últimos años hemos superado aquella dura crisis y tuvimos unas épocas de amplio crecimiento. Curiosamente no hemos sido capaces de utilizar ese periodo de bonanza para reducir nuestra deuda, más bien la hemos ampliado.
Y cuando estábamos celebrando lo bien que lo estamos haciendo y planteando unos presupuestos expansivos para permitirnos gastar más, Incluso estábamos negociando con los socios europeos, otra vez, la ampliación del déficit establecido, nos aparece el CORONAVIRUS con su COVID 19 y nos exige la utilización de ingentes cantidades de recursos para poder atender la solución del problema sanitario presentado.
Evidentemente, nuestros recursos no nos permiten afrontar los gastos necesarios de esta situación. Tenemos que recurrir a endeudarnos. Y ahora aparece la llamada a que la Unión Europea nos ayude y disponga de la emisión de eurobonos con los que se mutualizaria la responsabilidad de su riesgo. Es decir, todos los países comunitarios serían corresponsables de la cumplimentación de todos los compromisos exigidos en esa operación.
En la primera reunión del organismo correspondiente en que se planteó la emisión de estos bonos, la respuesta de los países que tienen sus economías ajustadas y contemplan el cumplimiento de las normas generales han dado su negativa a asumir la responsabilidad de forma colectiva. Aunque nos cueste asumirlo, parece una respuesta congruente con la actuación precedente de los países solicitantes.
Como alternativa remiten al BCE para que cada cual haga su petición de crédito que considere necesaria y se responsabilice de los términos y condiciones que imponga el correspondiente contrato.
Y para terminar, traigo a colación, esa frase que refería al principio que he escuchado en reiteradas ocasiones a mis padres de que “HAY QUE AHORRAR PARA LA VEJEZ Y/O UNA ENFERMEDAD”. No podemos pensar que podemos exigir el cumplimiento de todas las necesidades que podamos tener como individuos o como colectivo si antes no hemos puesto los recursos necesarios para que los podamos satisfacer. No se pueden estirar más los pies que las mantas; si lo haces te se quedarán fríos. Incluso perteneciendo a un club de privilegiados como es la Unión Europea.
P. D. Al margen de los gastos que produce el estado de bienestar, que es necesario controlar, también hay que tener en cuenta y embridar, todos aquellos producidos por el funcionamiento de la estructura de funcionamiento del estado y de la administración, partidos políticos, organizaciones empresariales, sindicatos, etc.